miércoles, 14 de noviembre de 2012

No veas pecado y el miedo no podrá apoderarse de tí.













Los que llevan años aprisionados con pesadas 
cadenas, hambrientos y demacrados, débiles 
y exhaustos, con los ojos aclimatados a la oscuridad 
desde hace tanto tiempo que ni siquiera
 recuerdan la luz, no se ponen a saltar de alegría en el
 instante en que se les pone en libertad. 
Tardan algún tiempo en comprender lo que es la libertad. 
Andabas a tientas en el polvo y encontraste
 la mano de tu hermano, indeciso de si soltarla o bien
 asirte a la vida por tanto tiempo olvidada.
 Agárrate aún con más fuerza y levanta la vista para
 que puedas contemplar a tu fuerte compañero,
en quien reside el significado de tu libertad.
Él parecía estar crucificado a tu lado.
 Sin embargo, su santidad ha permanecido intacta y
 perfecta, y, con él a tu lado, este día entrarás en 
el Paraíso y conocerás la paz de Dios.
Eso es lo que mi voluntad dispone para ti y para tu
 hermano, y para cada uno de vosotros con 
respecto al otro y con respecto a sí mismo.
 Ahí sólo se puede encontrar santidad y unión sin límites.
 Pues ¿qué es el Cielo sino unión, directa y perfecta, 
y sin el velo del temor sobre ella? 
Ahí somos uno, y ahí nos contemplamos a nosotros
 mismos, y el uno al otro, con perfecta dulzura. 
Ahí no es posible ningún pensamiento de
separación entre nosotros. 
Tú que eras un prisionero en la separación eres 
ahora libre en el Paraíso. 
Y allí me uniré a ti, que eres mi amigo, mi hermano
 y mi propio Ser.
El regalo que le has hecho a tu hermano me ha dado
 la certeza de que pronto nos uniremos. 
Comparte, pues, esta fe conmigo, y no dudes de que
 está justificada. 
En el amor perfecto no hay cabida para el miedo 
porque el amor perfecto no conoce el pecado 
y sólo puede ver a los demás como se ve a sí mismo. 
Si mira dentro de sí mismo con caridad, 
¿qué podría inspirarle temor afuera? 
Los inocentes ven seguridad, y los puros de corazón 
ven a Dios en Su Hijo y apelan al Hijo para que él 
los guíe al Padre. 
¿Y a qué otro lugar querrían ir, 
sino allí donde anhelan estar? 
Tú y tu hermano os conduciréis el uno al otro hasta 
el Padre tan irremediablemente como que Dios 
creó santo a Su Hijo y así lo conservó. 
En tu hermano se encuentra la luz de la eterna 
promesa de inmortalidad que Dios te hizo.
 No veas pecado en él, y el miedo no podrá 
apoderarse de ti.



Un Curso de Milagros





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